AVISO: Tras leer algunos comentarios abajo publicados, he pensado en editar esta entrada.

Actualmente hay no miles, seguramente millones de personas en todo el mundo que padecen depresión, algunos más moderada, otros más severa. Este mal es atribuido a causas múltiples: ruptura con el novio o novia, separaciones familiares, pérdida del empleo, exceso de trabajo y pocas vacaciones, alguna enfermedad, la soledad, cambio de residencia, etc. En fin, hay múltiples causas, y podríamos estar días enumerándolas todas.

Antes que nada, yo puedo decir que sé lo que es la depresión, porque pasé una temporada en ese estado. Y no se lo deseo a nadie, porque es algo muy duro. No obstante, fue para mí una ocasión para empezar a cambiar (y también para emprender una bajada al sótano).

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Podríamos encontrar un sinfín de razones por las cuales la gente padece depresión:

  • Problemas familiares.
    • Padre o madre ausentes, que suplen la falta de afecto, cariño y tiempo dedicado a sus hijos con compensaciones materiales. ¿Cuántos hijos hay que, pese a que sus padres les regalan todo lo habido y por haber, les piden a gritos que estén con ellos (pero no es posible porque papá trabaja hasta tarde y mamá llega tarde a casa porque también trabaja en exceso)?
    • Divorcio de los padres. Y no sin razón, pocas cosas hay más dolorosas para un hijo que ver cómo el amor que creía que existía entre sus padres se desmorona o sencillamente nunca existió.
    • Padres excesivamente autoritarios que cortan las alas a su hijo y éste acaba perdiendo la autoestima y la capacidad de decisión por sí mismo; incluso a edades próximas a los treinta (y a veces más allá), se siente obligado a «pedir permiso» a sus padres para tomar una decisión importante en su vida.
    • Padres excesivamente permisivos, que dan luz verde a todo lo que piden sus hijos y les dejan hacer «lo que les dé la gana», motivo por el cual acaban volviéndose egoístas (y el egoísmo lleva irremediablemente a la tristeza).
  • Ruptura con el novio o con la novia. Yo no he tenido un noviazgo serio, así que no puedo decir mucho de esto, sí ver lo que otras personas han sufrido al romper con su novio o novia, pese a que se dieran cuenta de que esa relación o no les llenaba o incluso era tóxica para ellos. Pero el dolor está ahí por el vínculo emocional que ha existido entre el novio y la novia hasta que rompieron.
  • Lo que algunos llaman «mal de amores». Por ejemplo, que una chica se enamore perdidamente de un chico que ni se percata de su existencia, o viceversa, que un chico se enamore de una chica que no le hace ni caso (cual ha sido mi caso no pocas veces, recuerdo cuatro momentos de mi vida en los que me enamoré de sendas chicas, a los catorce, a los diecisiete, a los veintidós y a los veintisiete años, y acababa hecho polvo cuando me enteraba, bien de que no les interesaba, bien de que tenían novio o les gustaba otro chico, o simplemente porque no me hicieran mucho caso). Y a mi edad (ya supero los treinta) aún no he tenido una novia formal (estuve «saliendo» con una chica por un par de semanas, pero siento que para mí aquello no contó, y eso que no me llevo mal con esa chica).
  • Sentir soledad. Una cosa es estar un rato solo (ya sea porque mis padres se hayan ido de viaje y mis hermanos estén fuera o porque viva solo, o porque mis compañeros de piso no estén en casa o mi cónyuge esté fuera) y otra sentirse solo (sentir que no tenemos vínculo ni tan siquiera con nuestros familiares, ya no con algún amigo).
  • La amargura permanente. De esto yo sé :-), si hay algo de lo que peco a veces en exceso es de ser un quejica de primera y de olvidarme de disfrutar de lo que hago en cada momento o, si no es algo que me plazca, al menos, intentar aprender de ello. Puedo afirmar que estar todo el día quejándome y enfurruñado (o peor, soltando exabruptos ante cada contrariedad) me ha llevado a la depresión.
  • Una enfermedad. A veces, una enfermedad física causa bastante desánimo, ya sea porque nos limita para hacer las actividades que normalmente nos gustan, ya sea porque nos hace sentir menos útiles (aunque también esto puede ser una ocasión para aprender a ser más humilde) o porque nos limita el poder comer lo que nos gusta (por ejemplo, enfermedades de tipo digestivo).
  • Perder un empleo. Sobre todo si es un empleo en algo que nos gusta, un trabajo es una sana distracción que nos permite poner nuestros talentos al servicio de la sociedad (y mejor si además disfrutamos haciéndolo), nos ponen en contacto con los demás y nos evita caer en el ocio (no en balde, la palabra «negocio» significa «lo contrario del ocio» y pocas cosas hay peores que pasarse el día entero sin tener nada que hacer).
  • Estrés laboral. Sin embargo, el polo opuesto a no tener trabajo es causa de no pocas depresiones. Es magnífico tener un trabajo, y mejor aún si además es sobre algo que nos apasiona, pero éste no debería robarnos más tiempo del debido (una cosa es que, en algún momento puntual haya que echar algunas horas más y otra, que eso se torne sistema, lo primero es pasable si luego se compensa, lo segundo es perjudicial para la salud mental, física y espiritual). Dicho esto:
    • No tener vacaciones puede ser causa de depresión.
    • El exceso de trabajo hace que no dediquemos tiempo a otras cosas que nos pueden oxigenar y hacer que carguemos pilas, como puede ser hacer deporte, disfrutar de la naturaleza o de algún hobby, pasar tiempo con la familia o con los amigos, y, como católico lo añado, tener vida espiritual (Oración y Misa), y el desgaste que puede llegar a producir es causa de que mucha gente reviente y se coja baja por depresión.
    • El mobbing también es, sin duda, un potencial catalizador de la depresión, pues pocas cosas hay peores que pasar horas en un puesto de trabajo donde los compañeros te hacen la vida imposible.
    • En cualquier caso, si notas que tu trabajo actual te lleva a la depresión, y si puedes permitírtelo, DEJA ESE EMPLEO, tómate un tiempo de descanso y, cuando hayas descansado un poco, busca otro trabajo, a ser posible de algo que te guste, aunque ganes menos dinero. A veces es necesario parar para continuar.
  • Estrés en general. Hemos hablado del estrés laboral, pero el estrés, en general, puede ocasionar también depresión. Como punto de vista, yo creo que este mundo moderno, lleno de tecnología y de bullicio, donde la gente va aprisa a todas partes, es la cámara de combustión de potenciales depresiones. Sin ánimo de ofender a nadie, por lo general, es más fácil padecer depresión en las grandes urbes que en los pueblos o en el campo (ya digo que esto último es subjetivo, pero ahí lo dejo). Pero una cosa sí que diré: a mí me causa un bajón tremendo ver tanto rascacielos y oír demasiado ruido, y muchas veces me carga las pilas estar en contacto con la naturaleza. En cualquier caso, las prisas constantes son irremediablemente un catalizador para la depresión.

Creo que no es casualidad que la depresión es mucho más frecuente precisamente en países desarrollados, en países donde el nivel de vida es más bien elevado. Y la razón por la cual esto sucede es evidente: en las sociedades desarrolladas, el materialismo parece estar a la orden del día. No es casualidad que muchas veces vivimos volcados en tener cada vez más y más, ya sea ir a comprar ropa y a ser posible de la marca más cara, o comprarnos ese cochazo deportivo con todos los extras, y cuando lo tenemos, ahora queremos comprarnos un chalet de lujo, luego viajar por todo el mundo (aunque sea por poder decir que hemos estado en tal o cual sitio, para no ser menos que nuestros amigos), luego empezar a salir con una modelo o con un exitoso hombre adinerado, después lograr fama y popularidad, o bien escalar puestos en nuestra empresa, etc. Y así podríamos seguir. Hasta que llega un momento en que tantas cosas materiales o basadas sólo en lo material nos acaban hastiando y asqueando. Habíamos buscado llenarnos con cosas materiales y lo único que hemos conseguido es estar cada vez más vacíos por dentro. ¿Vale la pena que tiremos nuestra vida a la basura de ese modo?

Otras veces no es así, otras veces es simplemente vivir con lo que tenemos, pero «ir tirando», es decir, malvivir sin ilusión (porque sin ilusión y sin pasión por algo, no se vive, se malvive, por mucho que tengamos una cifra de cinco dígitos o más en nuestra cuenta bancaria). Nuestra vida se podría reducir a: suena la alarma, me levanto, me ducho, desayuno, voy al trabajo (muchas veces a un trabajo que no me motiva e incluso que me tiene asqueado, pero que no puedo dejar porque es mi sostén económico, o bien por miedo a qué dirán los demás, y encima voy echando sapos y culebras si hay un atasco o el metro tarda en llegar), hago la pausa para comer, vuelvo al trabajo, salgo del trabajo, llego a casa cansado, me hago de cenar algo rápido, me quedo un rato viento la televisión (o mirando el Facebook, por cierto, qué bien hice en quitármelo) y me voy a la cama (y casi todo lo hago a toda prisa y además de mal humor porque llego tarde a todas partes). Casi nada de lo que he hecho en el día me ha ilusionado y vivo con ansia esperando a que llegue el viernes para hacer mi plan. Pero cuando no me surge ningún plan el fin de semana, éste se me pasa sin saber muy bien qué hacer (bueno, sí, podría ir a ver a la familia, o llamar a algún amigo para tomar algo, o si no, irme a dar un paseo), no cargo pilas, llega el lunes y voy cada vez más desmotivado al trabajo (eso sí, montando castillos en el aire de un trabajo o una vida que me gustaría más, pero sin poner de mi parte para encontrar ese trabajo o mejorar mi vida).

Y una cosa no hay que perder de vista: el individualismo, el egoísmo, son causa de depresión. La vida está hecha para compartirla con los demás (ya sea para casados, solteros o viudos) y no podemos guardarnos para nosotros mismos toda nuestra vida.

Por razones múltiples, algunas de las cuales no contaré (porque son bastante personales), pero sí resumiré, yo, cuando caí en depresión (realmente, llevaba unos años teniendo momentos de bajón sin saber por qué, y no les prestaba atención), estaba llevando esta vida gris y sin ganas: vivía para mí mismo y además no sabía gestionar bien la soledad, el trabajo que tenía no me motivaba (las condiciones eran buenas, pero ni el proyecto ni las funciones me entusiasmaban, llevaba tiempo pensando en buscarme otra cosa, pero siempre me podía la pereza o el pensar que «fuera de esa empresa, no tendría las condiciones que tengo»), y sí tenía una serie de proyectos e ilusiones, pero nunca me ponía seriamente con ello, pues al llegar a casa, muchas veces me pasaba las horas muertas mirando el móvil (ya fuera con el Facebook, ya fuera con vídeos de YouTube) y luego acababa más cansado y más malhumorado. Bueno, algunas veces me iba al gimnasio, o a montar en bicicleta, pero hay otro aspecto importante: pasaba demasiado tiempo solo. Porque, sinceramente, en aquel trabajo, tampoco conectaba mucho con la mayoría de los compañeros (por no hablar de lo mal que me llevaba con una compañera de allí), esto es, que me sentía bastante solo. Solía esperar ansiado a que llegara el viernes para hacer el plan (que no es el de la mayoría, en mi caso era juntarme con los de mi grupo de oración cristiana para rezar y luego irnos a cenar, la verdad es que para mí, ése era como mi pulmón, pero creo que seguía faltándome algo, y ese algo puede tener que ver con no preocuparme de verdad por los demás). Aún no había caído en dicha depresión. El catalizador fue cuando empecé a tener problemas estomacales (creo que fue la Hellicobacter, una bacteria que hace polvo al estómago) que con el paso de los meses se iban agudizando, me sentía cada vez más pesado y las comidas tenían que ser cada vez más blandas, hubo un momento en que empecé a venirme abajo del todo (lo del estómago me lo precipitó, pero no fue la causa principal ni mucho menos). Fue muy duro, he de decirlo, había momentos en los que sólo me quería morir. Se me alternaban momentos de tristeza con momentos de fácil irritabilidad. Para mí, ir a trabajar era una pesadilla (aun así, seguía yendo, pero procuraba irme de la oficina lo más pronto posible, ya que tenía flexibilidad horaria, y cada hora en aquel lugar se me hacía muy pesada) y el cuerpo llevaba tiempo pidiéndome a gritos que dejara aquel empleo (lo acabé dejando, aunque porque me despidieron, pero aquel despido fue para mí una gran liberación, fue como soltar una pesada carga que me impedía ser feliz). Sin embargo, pese a todo ello, hubo algo (mejor dicho, Alguien) que me sostuvo y me impidió ir al suicidio (porque yo muchas veces deseaba morirme, aquello era para mí un calvario).

Por supuesto, aparte del tratamiento con un profesional, cuando empecé a sentirme querido y a quitar ciertos elementos en mi vida que me tiraban hacia abajo, mi depresión empezó a remitir. No obstante, hubo en mi vida un importante punto de inflexión que fue el que yo creo que me catapultó a salir con más facilidad de dicha depresión. Hace poco más de un año, en la empresa donde estaba entonces, habían anunciado un ERE. Y yo entré en dicho ERE. Por supuesto, el día que me llamó mi jefe y, junto a él, alguien de Recursos Humanos, para comunicarme mi despido (con indemnización, por supuesto), de entrada para mí fue un shock (yo me había estancado en aquel lugar, estaba altamente desmotivado, pero como tenía buenas condiciones, ya había decidido quedarme en aquella empresa, pero mi desmotivación existencial me había atado allí); no obstante, a los pocos minutos, sentí una gran liberación, por fin iba a dejar atrás algo que me estaba impidiendo ser feliz (y no lo había visto con total claridad hasta aquel momento). De verdad. Entonces tenía todo un verano por delante y me dije, sin lugar a dudas: ahora quiero descansar y ya cuando se acerque septiembre, empezaré a buscar empleo. El cuerpo me lo pedía a gritos y el alma también. Fue haber descansado y empezar a conectar conmigo mismo como para darme cuenta de a qué me gustaría dedicarme. Y hoy estoy en otro trabajo que sí me motiva.

Pero la cosa no acaba aquí. Y me diréis: ¿qué es lo que te sostuvo cuando la depresión estuvo en su momento más fuerte?

Pues bien, antes de responderos, os responderé lo que muchos buscan. Las depresiones pueden estar motivadas bien por hastío a causa de una vida excesivamente materialista, bien por estrés (laboral, familiar o de la índole que sea), o bien por «ir tirando», en resumidas cuentas. Claro, si el materialismo es la causa, ¿por qué no buscamos algo más espiritual? Y si el estrés es la causa, ¿por qué no buscar algo para relajarse?

Seguro que, hablando de «espiritualidad», muchos os recomendarán cosas como el yoga, el reiki, el feng shui o cualquier otra de las chorrocientas espiritualidades de ese movimiento (por cierto, altamente sectario y peligroso) llamado Nueva Era (o new age, en inglés). Y, según el testimonio de una persona que conozco que cayó en estas espiritualidades (esta persona os lo puede contar con pelos y señales), todo aquello le acabó vaciando aún más y le llevó a la locura y a unas ataduras tan horribles, que sólo gracias a Dios acabó rompiendo. Os doy un consejo: si estáis deprimidos, no vayáis a ninguna de esas cosas (tampoco el yoga, no es un ejercicio físico, es una forma de espiritualidad oriental muy peligrosa), os harán caer a la larga en la más absoluta locura y desesperación.

Ya os he dado la respuesta: gracias a Dios. He aquí el quid de la cuestión. La causa principal por la cual hay tanta depresión en este mundo es que hemos expulsado a Dios de nuestras vidas. Sin embargo, yo os he dicho, y si no os lo recuerdo, que soy católico practicante, por tanto creo en Dios. ¿Cómo es posible que, incluso creyendo en Dios, cayera en depresión y que ésta me la precipitara un episodio de dispepsia? Más bien, fue mi fe en Dios lo que me sostuvo (y aun así, varias veces deseaba morirme). Pero sí he de decir una cosa: seguramente, estuviera viviendo mi espiritualidad católica de una forma más bien «mental» y con una cierta «arrogancia farisaica», es decir, de rezar mucho, confesión frecuente y Eucaristía diaria (y ojo, eso es fundamental), pero no sintiendo con el corazón (bueno, algo sí que sentía, pero era insuficiente) y, lo que es más importante, yo tenía de fondo una especie de soberbia espiritual, a veces yo ni me daba cuenta de ella, a causa de que a menudo me rodeaban personas que no creían mucho. Por no hablar de que yo he sido muchas veces ciertamente egoísta y eso se ha reflejado incluso en mi espiritualidad. Y, como diré más adelante, el amor que no se comparte se marchita: en los Sacramentos yo recibía el Amor de Dios, pero luego lo compartía poco, y por eso se marchitaba.

A ver, he de decir que yo he arrastrado numerosas heridas incluso de mucho tiempo atrás, a las que no me había enfrentado hasta hace bastante poco (no las contaré aquí por ser más bien personales), pero sí puedo decir que fueron suficientes para que me cueste encontrar momentos en mi vida que hayan sido alegres. Sí los he tenido, pero no pocas veces se me han nublado.

Pero, sin ánimo de enrollarme más, puedo decir que la principal cura de la depresión, es la Amistad con Cristo (sin descuidar la psicoterapia y la medicación en casos necesarios, y ojo, no dejéis que os cuelen «terapias alternativas», son de la Nueva Era y muy peligrosas).

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¿Cómo se consigue dicha Amistad? Por supuesto, con la Oración y los Sacramentos. Pero ojo, nunca lo hagamos por libre, antes bien, pidamos siempre consejo a un sacerdote. Yo os puedo decir que un buen sacerdote puede ayudar mucho (cuando estaba en mi depresión, hablar con el sacerdote con quien me dirijo ha sido de gran ayuda en numerosas ocasiones). Ojo, el sacerdote no va a suplir el trabajo de un psicólogo, pero, por experiencia propia, os puedo decir que hablar con un sacerdote que de verdad sea cercano y que además esté bien formado os puede ayudar mucho. Y si no conocéis a ningún sacerdote cercano, preguntad a amigos católicos para que os presenten a alguno, o bien acercaos a la parroquia católica más cercana que tengáis. Puede que tuvierais alguna mala experiencia con sacerdotes en el pasado, por desgracia, hay malos católicos (espero no ser yo uno de ellos, y si no, haré lo posible por corregirme) y también malos sacerdotes, pero no son ni mucho menos la mayoría y un buen sacerdote puede acompañaros en todo momento. Asimismo, aunque el sacerdote no haga de psicólogo, sólo os digo dos cosas buenas: os va a escuchar y va a intentar ponerse en vuestro lugar, y además no os va a cobrar un céntimo (los Sacramentos son gratuitos, y si a alguien se le ocurriera cobrar un solo céntimo por un Sacramento, cometería un pecado grave de simonía).

Asimismo, no os dejéis engañar por esas falsas doctrinas de la New Age que pretenden buscar a Cristo con cosas tan raras como «las energías» o el espiritismo, eso no son más que engaños de Satanás, que es muy astuto, pero también un completo mentiroso. La Nueva Era es una especie de mezcolanza entre parte de la doctrina cristiana y las filosofías budistas, hindúes, animistas, etc. Con todos mis respetos hacia un hindú, un budista o un habitante de una tribu con chamán, esas religiones no son compatibles con la fe católica. Dice San Pablo (Hebreos 13,8-9): Jesucristo es el Mismo ayer y hoy y siempre. No os dejéis arrastrar por doctrinas complicadas y extrañas. Y si dijo San Pablo que Jesucristo es el Mismo ayer y hoy y siempre, es que sólo se Le puede encontrar en la Oración y en los Sacramentos (muy en especial en la Santa Eucaristía y en la Adoración, y también en la Confesión, donde experimentamos una y otra vez la Infinita Misericordia de Dios); Cristo se encuentra Verdaderamente Presente en la Eucaristía y Él es nuestro descanso (Venid a Mí los que estéis cansados y agobiados, que Yo os aliviaré). A Cristo no se Le encuentra ni en el mediumismo, ni en las energías del reiki, ni en los horóscopos, ni en el tarot ni en nada de la Nueva Era (todas esas prácticas, además de otras peores como la ouija, el vudú o la brujería, son invocaciones a Satanás y a los otros demonios, y ello puede desembocar en opresiones o posesiones diabólicas de las que sólo un sacerdote católico exorcista puede liberar, nunca un brujo o un medium).

Realmente, toda la parrafada anterior se resume en algo muy sencillo: ¡la depresión sólo se cura con Amor Verdadero! Y ese Amor Verdadero procede de Dios y se puede experimentar en la Oración (la Oración no es otra cosa que tratar mi Amistad con Jesucristo, no es repetir el Padrenuestro o el Avemaría como un papagallo, aunque estas oraciones son muy poderosas, pero hay que rezarlas despacio y con amor), en la Eucaristía (dato curioso, recientes estudios confirman que asistir a Misa previene la depresión, claro que hay que saber cómo vivir la Santa Misa, sobre eso, quien mejor puede aconsejar es un sacerdote) y en la Confesión (ese magnífico Sacramento por el que pedimos perdón a Dios y Él, como el Padre de la Parábola del Hijo Pródigo, siempre nos acoge con los brazos abiertos y hace una fiesta en el Cielo cada vez que acudimos a este Sacramento). Pero, sin duda, la Eucaristía es el mayor acto de Amor de Dios hacia los hombres, pues en la Eucaristía, Cristo se nos entrega hasta la muerte en Cruz. Cristo nos amó hasta el extremo de dar Su Vida en la Cruz.

Ahora bien, también es fundamental cuidar nuestro amor a la Santa Madre de Dios, a la Virgen María. Ella es Madre Nuestra y el amor maternal que nos tiene es tan grande que también puede curarnos. Ella es una fiel intercesora ante Dios por todos nosotros y una forma de cuidar nuestro Amor a la Virgen es con el Rezo del Santo Rosario.

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Pero el Rosario no hay que rezarlo simplemente repitiendo Padrenuestro, Avemarías y Gloria. No, hay que saborearlo, hay que rezarlo con detenimiento, eso es contemplar con María los Misterios de la Vida de Su Hijo. Yo os puedo decir que rezar el Rosario da una fortaleza asombrsa y cura de muchas depresiones y ansiedades, yo mismo lo he experimentado las veces que he rezado esta Oración incluso cuando estaba apático. Ella, por ser la Llena de Dios, la Llena de Gracia, nos puede curar muchas tristezas y depresiones, pues sentimos sus caricias maternales y además, Ella nos defiende del mentiroso de Satanás, que en todo momento busca hundirnos en la congoja y en la desesperación. Cuando invocamos a María, el diablo tiembla. Cuando invocamos a María, Ella nos acoge con su ternura y amor maternales bajo su manto, y con la Virgen a nuestro lado, nada hemos de temer.

Y, por último, una vez hayamos recibido el Amor de Dios y de María, hemos de transmitirlo a los demás a través de la Caridad, la que es la virtud esencial del cristiano. La señal del cristiano es la Cruz: el madero vertical nos sirve para alimentarnos del Amor de Dios y el madero horizontal, nos hace transmitir ese Amor a los demás. Asimismo, el Amor se multiplica cuando lo damos, mientras que si no lo damos, se marchita. ¿Cómo podemos transmitir ese amor a los demás? Hay múltiples formas:

  • Haciendo bien mi trabajo y ayudando a mis compañeros, en lugar de tratar de ser mejor que ellos para que así mi jefe me dé su reconocimiento.
  • Colaborando en mi parroquia en lo que me asignen, o bien ofreciéndome a ayudar en cualquier cosa que sepa hacer (siempre que sea algo moralmente honesto).
  • Por ejemplo, con las Obras de Misericordia Corporales:
    • Dando de comer al que tiene hambre.
    • Dando de beber al sediento.
    • Vistiendo al desnudo.
    • Dando cobijo al peregrino, al refugiado.
    • Visitar a los enfermos.
    • Visitar a los presos.
    • Enterrar a los difuntos.
  • También con las Obras de Misericordia Espirituales:
    • Enseñando al que no sabe.
    • Consolando al afligido (y ello incluye a todo el que sufre depresión).
    • Dar buen consejo al que lo necesita.
    • Corregir al que se equivoca.
    • Sufrir con paciencia los defectos del prójimo.
    • Perdonar al que nos ofende.
    • Rezar a Dios por los vivos y por los difuntos.
  • Compartir mi bocadillo con quien camina conmigo en la montaña.
  • Tomarme unas cervezas con ese amigo al que hace tiempo que no veo y preguntándole qué tal está.

Y finalmente, siempre puede ser de ayuda encontrar actividades que nos apasionen: ya sea practicar algún deporte (mejor si es en grupo), o algún hobbie que nos entusiasme (por ejemplo, el aeromodelismo, la Electrónica, las manualidades, la pintura, la escritura, etc), alguna buena lectura (ojo, es conveniente filtrar lo que leemos, una buena lectura puede ser la vida de algún santo o alguna novela que no tenga contenidos inmorales), visitar algún museo. Y, en la medida de lo posible, tratemos de trabajar en algo que realmente nos ilusione. Pero, lo más importante: no dejemos de alimentarnos del Amor de Dios y de María, pues, aunque muchos no quieran reconocerlo, todos tenemos necesidad de Dios (Como dice el Salmo 41, o 42 en la Biblia de Jerusalén, Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma Te busca a Ti, Dios mío). Y no dejemos tampoco de transmitir ese Amor a los demás: el amor que se transmite se multiplica, el que no se comparte, se acaba marchitando.

PERO ENTONCES, ¿NO SIRVE DE NADA QUE HAGA ACTIVIDADES QUE ME ILUSIONEN?

¿Quién ha dicho que, aparte de tener una buena Amistad con Cristo y Amor a la Virgen María, así como servicio al prójimo, no puedo hacer otras actividades molonas? De eso nada. ¡Claro que es bueno que haga otras actividades que me ilusionen (eso sí, siempre que sean moralmente correctas)! Es más, en todas ellas también podemos encontrarnos ocasión para alabar a Dios (aunque para tratar en profundidad mi Amistad con Cristo, la Oración y los Sacramentos son los únicos medios).

Yo puedo citar algunas que me ilusionan y me ayudan a mí (aparte de mi vida espiritual):

  • La electrónica. Por ejemplo, cacharrear con Arduino o montar mis circuitos.
  • Leer libros científicos. De Física, de Electrónica, de Matemáticas, de Química, etc.
  • Una buena lectura, ya sea novela (sin contenidos inmorales, eso sí) o incluso algo de contenido espiritual.
  • Trabajar en algo que me guste. En el trabajo pasamos mucho tiempo, es importante elegir trabajar en aquello que nos apasione.
  • El aeromodelismo. Bueno, de momento, sólo tengo un dron cuatrirrotor (y disfruto cuando lo vuelo), pero siempre me han gustado los aviones (de hecho, de pequeño quería ser piloto, pero al empezar a tener miopía lo descarté, no sé si algún día podré sacarme la licencia de vuelo sin motor o para aviones ligeros). Igual algún día me monto un simulador en casa, quién sabe…
  • La naturaleza y el senderismo. Por ejemplo, tengo unos amigos con los que de vez en cuando hago excursiones a la montaña y siempre me lo paso en grande, y nos echamos risas y todo. Y estar en la naturaleza me ayuda a alabar más a Dios, por lo bonito que Él ha creado. Podría citar algunos lugares donde vale la pena hacer senderismo: Gredos, La Pedriza, Valle del Jerte, Pirineos, etc.
  • Plantar huertos. He de decir que mi carácter se inclina más al campo que a la ciudad (si bien tuve épocas en las que me iba a pasear por el Metro de Madrid), y plantar tomates, cebollas, zanahorias, melones, etc me encanta. Me resulta ilusionante ver cómo crecen cosas con las que un día haré ensaladas, gazpachos o postres, o que simplemente me comeré.
  • Visitar cascos históricos, ciudades bonitas y espacios naturales. Me encanta recorrer el casco antiguo de cualquier pueblo o ciudad y ver su sabor histórico, desde el pueblo más pequeño perdido en medio de la montaña hasta la ciudad más emblemática (aunque las grandes urbes me dan bastante pereza, pero eso es ya cuestión de gustos). Por ejemplo, San Sebastián-Donostia es una de las ciudades más bonitas de España (en general, todo el norte), otra ciudad que tiene encanto es Jaca, en Huesca (y todo el pirineo oscense vale la pena verlo, tanto para hacer senderismo como turismo rural y cultural). Otra zona de España a la que tengo especial cariño, ya que llevo yendo allí desde mi más tierna infancia, es el Valle del Tiétar, al sur de Ávila. Siempre que puedo, voy (antes teníamos casa en uno de los pueblos de la zona, La Adrada, pero al fallecer mi abuela, la dueña de la casa, mi madre y mis tíos la vendieron, pero bueno, está a apenas una hora en coche de donde vivo, así que puedo ir cuando quiera).
  • Hacer deporte. Ya sea hacer deporte solo (por ejemplo, montar en bicicleta, a mí me oxigena y más aún si es yendo por el campo) o en equipo (fútbol o baloncesto, y eso que soy bastante pato, pero me lo paso bien igualmente). Asimismo, hace dos veranos hice Windsurf y estuvo muy divertido, y hace años salté en paracaídas (eso sí, es de riesgo, pero me lo pasé en grande).
  • Una buena película. Mejor si se ve en familia o con amigos. Yo soy especialmente fan de El Señor de los Anillos.
  • Escribir novelas e historias. La escritura me ayuda a expresar lo que siento (aunque yo soy más de prosa que de verso, pero quién sabe si algún día sacaré mi lado poeta).
  • Quedar con amigos para hacer planes diversos (ya sea una excursión, ir a dar una vuelta, visitar algún casco histórico o simplemente irnos a tomar unas cañas).
  • Pasar momentos con la familia. Especialmente los momentos clave como son los cumpleaños, la Navidad u otras ocasiones indicadas para estar con la familia.
  • Aunque yo hasta ahora no lo he hecho mucho, participar en alguna actividad solidaria (incluso dentro de la Iglesia Católica), por ejemplo en un banco de alimentos.
  • Tampoco lo he hecho en profundidad, pero sé que me ayudaría colaborar en la Parroquia.

Seguro que hay más cosas, ahora no las recuerdo todas jeje. Pero una cosa sí os digo: llevando una vida plena con Cristo y cuidando nuestra devoción a María, todo aquello que nos ilusione lo haremos luego con más pasión y más ganas (y no me lo invento, sé que cuando más lejos he estado del Señor, por haber pecado, más pierdo la ilusión por lo que arriba cito, mientras que cuando me confieso y luego, siempre que tengo ocasión, voy a Misa y comulgo, o incluso rezo un rato, vuelvo a recuperar esa ilusión).

LA FAMILIA, ¿ES REALMENTE IMPORTANTE?

Indiscutiblemente.

Padres, no paséis excesivo tiempo en el trabajo (y si tenéis que decir que no a hacer guardias u horas extras, pues decís que no, el trabajo es algo bueno pero no lo es todo en esta vida). Por supuesto que hay que traer las habichuelas a casa, pero vuestros hijos os piden a gritos que les dediquéis tiempo (y ellos necesitan tanto al padre como a la madre, como referente masculino y femenino, respectivamente) y no que les regaléis a cada uno el iPad más caro del mercado.

He llegado a la conclusión de que una inmensa mayoría de las depresiones son causadas por rupturas familiares, o bien por el hecho de que tanto a papá como a mamá les absorban demasiado sus trabajos. Y esto que voy a decir puede que le hierva a más de uno, pero no me lo voy a callar, la vida familiar es mucho más importante que la carrera profesional. Tu hijo no te va a querer más porque llegues a ocupar puestos altos en una multinacional, sino porque le dediques más tiempo, aunque nunca asciendas en tu trabajo (el día de nuestra muerte no nos llevaremos nuestro currículum, sino el amor que hayamos dado durante esta vida terrena).

Tal vez tengas que comprarte un coche más modesto en vez de un BMW, o una casa menos ostentosa en vez de un chalet de superlujo, pero la felicidad que da pasar tiempo con los hijos y que éstos pasen tiempo con su padre y con su madre, NO TIENE PRECIO. Y tal vez tengas que irte de vacaciones al Mediterráneo o al Cantábrico en vez del al Caribe (y oye, tampoco está nada mal el litoral ibérico), pero tus hijos te lo agradecerán más si a cambio de eso les dedicas más tiempo.

Y si tenéis algún familiar con depresión, lo primero, acompañadle y dadle todo vuestro cariño, demostradle que estáis dispuestos a apoyarle en sus decisiones, siempre que no vaya a hacer una locura; incluso si quiere dejar ese trabajo que siente que no le llena, respetadlo. No le agobiéis con más cargas, dejadle su espacio (eso sí, ayudadle a salir invitándole a alguna actividad que le pueda entretener) para que poco a poco salga de dicha depresión. Agobiarle con que «haga esto o esto otro» no sólo no le ayudará, sino que podría empeorar su depresión. Escuchadle, poneos en su lugar.

CONCLUSIÓN FINAL

La depresión se debe, principalmente, a la falta de amor, a no sentirse amado tal y como uno es (me refiero fundamentalmente al amor que nace en el seno familiar).