JESUS-EN-EL-DESIERTO

En mi rato de Oración personal con El Señor, he decidido coger, como segundo día de Cuaresma, el pasaje del Evangelio según San Mateo en el que se narran las tentaciones que sufrió Jesús en el desierto (por si queréis meditarlas, están en Mt 4, 1-11). Habiendo pedido Luz al Espíritu Santo (así es como creo que debemos leer las Sagradas Escrituras, a la Luz del Espíritu Santo y no con nuestro sola razón, que es insuficiente), me he detenido unos minutos en la primera tentación que hace el demonio a Jesucristo (Mt 4,3):

«Si eres Hijo de Dios, di a estas piedras que se conviertan en pan».

Es sabido, para quienes conozcamos ese pasaje del Evangelio, que El Señor había hecho un riguroso ayuno de cuarenta días con sus cuarenta noches en el desierto, algo sin duda muy duro. Es normal que al final, Jesucristo sintiera hambre. La tentación era muy fuerte y, aunque Jesucristo es Dios y en Él no había pecado (ni lo hay ni lo habrá, porque, como dice el Gloria, «Sólo Tú eres Santo»), recordemos que Jesucristo también es Hombre, y como tal, es normal sentir hambre tras estar cuarenta días haciendo ayuno en el desierto. Sobre qué nos puede enseñar El Señor en esta tentación que Él mismo sufrió, podrían hacerse reflexiones e incluso compendios muy largos. Pero yo enlazo con lo que contesta El Señor al demonio a continuación (Mt 4,4):

«Está escrito: no sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la Boca de Dios».

Aquí me he detenido unos minutos, creo que El Espíritu Santo me ha invitado a ello, para darme cuenta de que esta misma frase de Jesucristo es muy actual. He visto dos puntos que me han llamado la atención de este versículo:

  • Por un lado, el materialismo tan descontrolado que hoy día vivimos.
  • Por otro, cómo precisamente, El Señor hace referencia al pan.

 

EL MATERIALISMO

El materialismo es una de las pandemias de los tiempos posmodernos. Por un lado, lo vemos muy ligado a un consumismo exacerbado, a una obsesión por acumular riquezas, por tener cuanto más dinero mejor (y, muchas veces, a costa de cometer las peores injusticias y atrocidades, no digamos el dinero que generan perversas industrias como la armamentística, la pornografía o el aborto) y muy ligado también a otra corriente que yo diría que es hermana suya: el hedonismo (esto es, un culto desmesurado al placer).

Ante todo, nadie dice que tener bienes materiales sea malo (todos tenemos necesidad de una casa, de un coche, hoy día de un ordenador, también hay que comer), ni que el placer sea malo (es más, es magnífico disfrutar de una buena comida, de un buen baño, de un paseo por la naturaleza, incluso el placer sexual es bueno dentro del matrimonio si se vive en un contexto de entrega mutua entre marido y mujer y de apertura a la vida). Lo malo es vivirlos como fines en sí mismos y, lo que es peor, que con ello nos apartemos de Dios.

Yo creo, y así lo he sentido en mi rato de Oración, que la frase del Evangelio «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la Boca de Dios», con el materialismo, la hemos recortado y la hemos dejado en «sólo de pan vive el hombre». No es casualidad: hoy día, nos hemos olvidado de Dios, nos centramos únicamente en esta vida y, como los preceptos que El Señor nos puso nos resultan pesados (porque es verdad que son exigentes, pero no para fastidiarnos la vida, sino para que seamos más felices, para que aprendamos a amar de una forma más profunda y auténtica y, lo que es mejor, para que podamos llegar a la Vida Eterna), llega un momento en que el hombre decide que «Dios no existe». Ésa es la raíz y esencia de todo materialismo: negar la existencia de Dios. ¿Por qué? Muy sencillo: porque no me puedo comprar tantos coches como quiera, sino que tengo que pensar en los pobres, porque no me puedo ir a la cama con quien quiera, sino que son un hombre y una mujer y dentro del matrimonio… Decía el padre Ángel Espinosa en una de sus predicaciones (por cierto, muy interesantes) que, según decía un ruso durante la guerra fría, «si Dios no existe, todo está permitido». Y a los hechos actuales nos remitimos: el aborto (el más diabólico de todos los asesinatos) se ve como «un derecho de la mujer» (y no tenemos el menor reparo en matar a un ser inocente e indefenso que sí es humano desde el instante de la fecundación), la eutanasia como «un derecho de los ancianos y de cualquier persona cansada de vivir» (lo cual es una falacia, en realidad es una excusa para quitarnos de encima a «quien ya no es productivo»), la ideología de género (esta es la más venenosa y satánica de todas las ideologías, pues, además de apoyar el aborto, defiende que «todo vale» en cuestiones de placer sexual, en suma, destruye lo más profundo del ser humano), la pornografía, el armamento nuclear, las guerras, la deforestación, la contaminación y destrucción del medio ambiente (y no ha de extrañarnos, si perdemos respeto por la dignidad y la vida humana y sólo nos importan el dinero, el placer, el poder, la fama, no nos importa ya destruir bosques, contaminar mares y ríos, etc), el tráfico de drogas

¿Cuál es el denominador común a todos estos males? Muy sencillo: habernos apartado de Dios. Dios no nos quiere «encorsetar y limitar a hacer muy pocas cosas». Incluso antes del pecado original, Yahvé dijo a Adán y Eva que sólo no podían comer de un solo árbol, pero de los demás sí (es decir, les puso solamente una restricción), y llega el «moscas» (es como yo últimamente llamo al demonio) y les miente con que «¿Cómo es que Dios no os deja comer de ningún árbol?». Hoy día, tenemos Diez Mandamientos, que no deben vivirse como «normas a cumplir», sino en plenitud, esto es, para amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Claro que en todo momento está el demonio intentando que veamos los Mandamientos como «una pesada carga que no nos deja ni respirar» (lo cual es mentira, y no debe extrañarnos, pues el demonio es un mentiroso por naturaleza). Si nos olvidamos de Dios (el Primer Mandamiento), entonces ya no tiene importancia para nosotros evitar la blasfemia, asistir a la Santa Misa como mínimo domingos y fiestas solemnes indicadas por la Iglesia Católica, respetar al padre y a la madre (y, muy importante, criar con amor a los hijos, el Cuarto Mandamiento también es para los padres en relación con sus hijos), respetar la vida humana, ser fiel al esposo o a la esposa, respetar los bienes del prójimo (y respetar la Creación, yo creo que contaminar mares o incendiar bosques es un pecado, como poco, contra el Séptimo Mandamiento, lo mismo que lo es, por ejemplo, un acto de vandalismo cualquiera), ser fiel a la verdad (y huir de los chismes), tratar de educar la afectividad y la sexualidad y guardarse de deseos contrarios a la castidad (Noveno Mandamiento) y ordenar el afecto a los bienes materiales (Décimo Mandamiento). Y esto mismo creo que conecta muy bien con lo que dijo Cristo: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la Boca de Dios«. El materialismo yo creo que consiste básicamente en coger ese versículo, quitarle el «No» y el «sino de toda Palabra que sale de la Boca de Dios» y queda «sólo de pan vive el hombre».

 

EL PAN

Yo creo que, de todos los alimentos conocidos en toda la Historia Sagrada, el pan es el más mencionado. Y no es casualidad, ¿por qué? Aparte de porque es un alimento, por lo general, que nunca cansa; todos los días comemos pan, a excepción de quienes no pueden por celiaquía u otras enfermedades o intolerancias, ¡y siempre nos resulta agradable de sabor! Hay distintos tipos de panes, los tomamos tanto al desayuno (unas ricas tostadas con tomate y aceite, o con mantequilla y mermelada, o con paté) como a la comida como a la cena (ya sea para acompañar la comida, o en un restaurante, mientras esperamos a que nos sirvan, para «ir matando el gusanillo», o en comidas más importantes para untar queso, paté o humus, o bien, en excursiones, como base de cualquier bocadillo).

El pan se puede decir que es prefiguración del que sin duda es el ALIMENTO por EXCELENCIA del alma: la Santísima Eucaristía. Es el más solemne, importante y excelso de todos los Sacramentos, los otros seis Sacramentos deben preparar para la Santa Eucaristía (especialmente la Penitencia o Confesión y, para los aún no bautizados que vayan a bautizarse, por ejemplo, en la Vigilia Pascual, el Bautismo). Incluso el Matrimonio es también imagen de la Eucaristía, que es la Unión de Cristo Esposo con la Iglesia Esposa (la Iglesia somos todos y cada uno de los bautizados) y también remite a la Santa Eucaristía.

Jesús se refería, cuando dice la primera parte de la frase (por cierto, ya pronunciada en el Deuteronomio y en el Libro de la Sabiduría) al pan material, y por extensión, a cualquier bien material. Pero Él, sabiendo que nosotros necesitamos signos visibles, nos dejó la Eucaristía. Y la Eucaristía es Cristo Mismo dándose por completo. Es verdad que aún somos miopes en la fe (a veces, incluso, rozando la ceguera, por eso hemos de pedir Luz al Señor), pero la Eucaristía es algo tan grande que muchas veces no lo entendemos. Cuando comulgamos (por cierto, debemos hacerlo en gracia, si hemos cometido algún pecado mortal desde la última confesión bien hecha y somos conscientes de haberlo hecho, no podemos comulgar sin antes habernos confesado de ése y todos los demás pecados que recordemos desde dicha última confesión, hacerlo sería un sacrilegio, un pecado gravísimo contra Dios), no sólo estamos comiendo el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo: nos estamos uniendo a Él de una forma que nada de este mundo podría explicar (y que yo me siento incapaz de explicar). He leído en un libro que me han dejado que el Cielo ES Eucaristía, porque es donde el ser humano se une PLENAMENTE a Dios, y la Eucaristía es la Unión con Dios.

Por tanto, no nos olvidemos que, para poder vivir cada día mejor la Eucaristía, aparte de frecuentarla lo más que podamos (la Iglesia Católica manda como mínimo que sea todos los domingos del año, más una serie de solemnidades adicionales como la Navidad, la Epifanía o la Asunción, como una forma de que asistamos a este Precioso Sacramento, sin el cual no podríamos vivir), es necesario llevar una vida de Oración y estar siempre en Gracia de Dios (y si no lo estamos, para eso está la Confesión). Sin una vida de Oración y sin una vida de Eucaristía, nuestro espíritu se apaga y volvemos fácilmente a lo puramente carnal, al materialismo, al hedonismo…

Y he aquí el meollo de la cuestión: sin la Eucaristía, no podemos vivir. Sí, podremos tener una salud de hierro, podremos tener todos los lujos, podremos tener una fama y a todo el mundo a nuestros pies, pero no olvidemos que el ser humano es cuerpo, mente y espíritu y debe alimentar y cuidar esas tres dimensiones. He aquí donde creo que se descubre mejor lo que dijo Jesús en «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la Boca de Dios»: sin la Eucaristía, nuestro espíritu se apaga. Y para la Eucaristía, es necesario vivir con frecuencia la Oración (para tener un trato más personal con Jesucristo), el Rosario (pues la ayuda de Nuestra Madre es maravillosa y quién mejor que Ella para llevarnos a Su Hijo), la Confesión frecuente (e inmediata si hemos caído en al menos un pecado mortal, por supuesto, eso sí, sin perder la paz y la confianza en la Misericordia de Dios), la dirección espiritual (que sea un sacerdote bien formado y preparado, o tal vez una religiosa o un laico con una sólida formación y vida espiritual).

Es más, yo añadiría que con Dios, todo lo de esta vida, también lo material, se vive más en plenitud (colocándose en su justa medida, eso sí). Sí, con El Señor, lo material (obviamente, excluyendo lo que sea pecaminoso), como puede ser comer, beber, hacer deporte, trabajar, el estudio, los hobbies, pasear por el campo, tomar unas cervezas, y demás aficiones y actividades moralmente sanas, se vive mejor, con más alegría y plenitud. Tratemos de tener una vida lo más eucarística posible y, por supuesto, que ello se traduzca después en actos de caridad hacia el prójimo (como las conocidas Obras de Misericordia), puesto que Dios es muy Generoso con nosotros, nosotros debemos tratar de corresponder a Él con nuestra generosidad y también a los demás.

¿El mejor antídoto contra este materialismo tan agresivo? Yo creo que una vida profundamente eucarística nos ayudará a tenerlo a raya. No sólo alimentarnos de la Santa Eucaristía, sino ser Eucaristía viviente, nos ayudará a tener más caridad hacia los demás.